Discusiones teórico-metodológicas sobre el carácter contextual de las representaciones sociales1

Tania Rodríguez Salazar

Currículo: doctora en Ciencias Sociales. Profesora-investigadora del Departamento de Estudios de la Comunicación Social, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guadalajara. Sus líneas de investigación son: cultura interiorizada, representaciones sociales y sociología de las emociones.

Resumen

En sintonía con una visión dinámica de la cultura y del actor social abierto a la heterogeneidad cognitiva y de estilos de vida propios de las sociedades modernas, en este artículo presento una reflexión teórica sobre el carácter contextual de las representaciones sociales. Mi principal argumento es que estas últimas tienen un comportamiento contextual, porque son estructuras dinámicas, multiformes y sujetas a usos discriminatorios según los contextos de interacción social en que las personas participan. Esta reflexión se apoya en la exposición de nuevas hipótesis sobre la relación entre los elementos centrales y periféricos para la significación de los contenidos que integran una representación social, y sobre las zonas mudas (zone muette). Asimismo, para sustentar la importancia del contexto en las representaciones sociales, presento algunos resultados de un estudio de carácter descriptivo acerca de las representaciones sociales del amor de jóvenes urbanos que emergieron en dos contextos: el de la comunicación íntima (cartas de amor) y el de la comunicación grupal (grupos de discusión).

Palabras clave: representaciones sociales, contexto, zona muda, núcleo central.

Abstract

Following a dynamical vision of culture and social actor, open to cognitive heterogeneity and styles of life of modern society, this paper shows a theoretical dissertation about contextual determination of social representations (SR). My argument is that social representations have a contextual behavior because they are dynamics, changeables and they are dependent of discriminator’s uses based on social interaction’s contexts where people participate. This discussion its justified in the exposition of news hypotheses of the relation between central and peripherical components in its signification, and about the hypothesis of the silence zone (zone muette) of the SR. Also, for remark the importance of context in SR, I show some results of my own descriptive research about the social representations of love in urban young people that raised in two contexts: intimate communication (love’s letters) and group’s communication (discussion’s groups).

Keywords: social representations, context, zone muette, core nucleus.

Recibido: 11 de agosto de 2010. Aceptado para su publicación: 15 de febrero de 2011.

Como citar este artículo: Rodríguez, T. (enero-junio, 2011). Discusiones teórico-metodológicas sobre el carácter contextual de las representaciones sociales. Sinéctica, 36. Recuperado de https://sinectica.iteso.mx/index.php/SINECTICA/article/view/119

Introducción

En las ciencias sociales resuenan voces que piden revisar críticamente la tesis de la unicidad y la homogeneidad de la cultura y del actor social (por ejemplo, Lahire, 1998; Strauss, 1992; Quinn & Holland, 1987). Esta revisión invita a analizar la cultura en sus manifestaciones contextuales, en las circunstancias particulares y específicas que hacen que ciertos componentes de la cultura emerjan (aunque podría ser del acervo de conocimiento de sentido común, de la representación social o del habitus), y a comprender que el actor social participa de múltiples adscripciones institucionales y grupales y, en consecuencia, tiene experiencias muy heterogéneas que le demandan competencias prácticas y cognitivas diferentes en cada situación social.

Algunas corrientes antropológicas, sociológicas o psicosociales (por ejemplo, la sociología pragmática, la psicología discursiva, la etnometodología y la teoría de las representaciones sociales) han destacado el carácter indexical de los significados y las acciones con menor o mayor intensidad. De este modo, se ha abierto la posibilidad de comprender que las normas sociales son flexibles y cambiantes, así como que los significados son elaborados y compartidos en procesos específicos de interacción social, esto es, en mundos concretos y específicos de acción.

No obstante, como lo plantea el sociólogo francés Bernard Lahire (1998, p. 33), es importante estar alertas no sólo ante los excesos de la tesis de la unicidad, sino también ante los excesos de la tesis de la fragmentación. Se trata de combatir tanto la tentación científica de encontrar estilos cognitivos o de vida reificados, perdurables e invariables en los distintos ámbitos de actividad, como la tentación de “caer en una especie de empirismo radical que no abarcaría más que una polvareda de identidades, de roles, de comportamientos, de acciones y de reacciones, sin vinculación alguna entre sí”. Frente a esta clase de excesos teóricos, este autor recomienda comprender que las experiencias sociales no son homogéneas, pero tampoco radicalmente discontinuas. De manera textual, plantea:

Sin necesidad de postular una lógica de discontinuidad absoluta, que presupone que dichos contextos son radicalmente diferentes unos de otros y que los actores saltan a cada instante de una interacción a otra, de una situación a otra, de un ámbito de la existencia a otro, de un universo social a otro, sin sentimiento alguno de continuidad, se puede, en cambio pensar –y constatar empíricamente– que todas estas experiencias no son sistemáticamente coherentes, homogéneas, ni siquiera totalmente compatibles, por más que nosotros seamos los portadores de las mismas (Lahire, 1998, p. 48).

En estas nuevas formulaciones teóricas sobre la cultura se reconoce que las experiencias de las personas cambian dependiendo de las circunstancias en que ocurren, y esto implicará algún cambio en los significados y las prácticas, y la creación de nuevos arreglos sobre lo que es prioritario y lo que es banal; lo que es primario o secundario. Dicho en pocas palabras, se sostiene que los contextos sociales en que interactúan las personas afectan los significados y las acciones, aunque sin desconocer la posibilidad de que existan estructuras cognitivas más duraderas.

Las representaciones sociales y el contexto

La teoría de las representaciones sociales, formulada originalmente por Serge Moscovici en 1961 (para una revisión sintética ver Jodelet, 1984; Mora, 2002; Araya, 2002; Wagner & Hayes, 2005), no se ha escapado a la influencia de perspectivas dinámicas, abiertas a la heterogeneidad del pensamiento, la cultura y la acción social que caracteriza a las sociedades modernas (aunque en algunas investigaciones empíricas o formulaciones teóricas se reifique el concepto y se destaque su carácter consensual). Desde una visión dinámica, las representaciones sociales se conciben como

una red de conceptos e imágenes interactuantes cuyos contenidos evolucionan continuamente a través del tiempo y el espacio. Cómo evolucione la red depende de la complejidad y velocidad de las comunicaciones como de la comunicación mediática disponible. Y sus características sociales están determinadas por las interacciones entre individuos y/o grupos, y el efecto que tienen unos sobre otros como una función de vinculación que los mantiene unidos (Moscovici, 1988, p. 220).

Desde sus primeras aportaciones teóricas se pueden encontrar diversas afirmaciones que reconocen la elaboración contextual de las representaciones sociales y, actualmente, se están creando nuevas interpretaciones e hipótesis para comprender mejor su naturaleza pragmática.

Entre los diferentes señalamientos teóricos sobre sus variaciones contextuales, Moscovici ha planteado:

Básicamente pienso que, justo como el lenguaje es polisémico, entonces el conocimiento es polifásico. Esto significa en primer lugar que las personas están habilitadas para usar diferentes modos de pensamiento y diferentes representaciones acordes con un grupo particular de pertenencia y el contexto en que se está en ese momento (1998, p. 241).

Moscovici (1998) asume que hay tres elementos que constantemente regulan la elección de una forma de pensamiento sobre otra y, se podría agregar, de una representación sobre otra. Estos elementos son: el contexto; las normas; y las metas. Este planteamiento ha sido también discutido y analizado de manera muy pertinente por diferentes investigadores, quienes postulan que las representaciones sociales tienen una naturaleza pragmática, de modo que “si la representación es un acto dirigido hacia el logro de metas dentro de un contexto específico, al variar los contextos y las metas perseguidas, las representaciones también varían” (De Rosa, 2001, p. 7). Lo mismo afirman Denise Jodelet, al señalar que las representaciones sociales son “una clase de conocimiento, socialmente construido y compartido, que tiene propósitos pragmáticos y contribuye a la construcción de una realidad común en una comunidad” (citada en Markus & Plaut, 2001, p. 184), y Wolfang Wagner (1998), cuando plantea que “contextos diferentes evocan distintas representaciones sociales en la misma persona”.

Las representaciones sociales, entonces, no son estructuras mentales independientes de las situaciones en que se ponen en juego para guiar o justificar la acción. No suelen tener, en este sentido, una validez transituacional. Es el contexto de interacción social el que activa ciertas zonas de una representación social, o podría ser, una representación social en lugar de otra. Dos factores importantes de dicho contexto son: las cogniciones sobre los otros (creencias y valores acerca de lo que piensan, hacen, y valoran otros agentes o grupos sociales) y las relaciones sociales relevantes en que están implicadas las personas en un ámbito de acción determinado (vínculos sociales, identidades grupales). Esto último es significativo porque, como lo plantean Wagner & Kronberger (2001, p. 148), “las representaciones sociales son socialmente construidas, culturalmente correctas en su propio sentido, y funcionales en la vida social diaria”.

Esta idea de que son culturalmente correctas, significa que están en armonía con lo socialmente deseable. Y si esto es así, es porque las cogniciones, como los discursos, son vulnerables a los vínculos sociales relevantes que mantiene un actor en un momento dado. Esto implica que, al pensar o hablar sobre un objeto específico, se tiende a ser sensible a las reacciones de los otros con quienes se mantienen relaciones significativas. En este sentido, las representaciones sociales no sólo orientan la acción, sino que también sirven para justificarla (Valencia & Elejabarrieta, 1994). Estas representaciones serían sociales porque constituyen articulaciones de sentido orientadas a los demás. No serían únicamente motores cognitivos de la acción con un origen social, sino también representaciones dramatúrgicas tendentes a crear una imagen favorable del sí mismo en el grupo social relevante de un determinado contexto.

Considerar el carácter contextual de las representaciones sociales se vuelve mucho más importante en las sociedades actuales que han multiplicado las posibilidades de identificación social, en las que disponemos del conocimiento de formas de vida múltiples y distantes, y en las que la dinámica social nos lleva a actuar en situaciones muy diferenciadas entre sí, y a relacionarnos con un mayor número de personas que en otras épocas.

Si bien las representaciones implican la red de creencias e imágenes que emergen en el marco de una comunidad cultural local, o un grupo social específico, también circulan en una escala transubjetiva. Jodelet (2007, pp. 212 ss) propone tres esferas de referencia de las representaciones sociales: i) la esfera de la subjetividad, que nos sitúa en los procesos mediante los cuales el sujeto se apropia y construye representaciones en conexión con sus experiencias y vivencias individuales; ii) la esfera de la intersubjetividad, en la que las representaciones son construidas en la interacción entre individuos, a través de la comunicación verbal y la negociación de sentidos en un grupo o comunidad local; y iii) la esfera transubjetiva, que se refiere al espacio social y público donde circulan representaciones que cruzan los espacios locales de vida.

Las representaciones sociales proveen motivos de justificación y crítica de las acciones propias y ajenas; no están construidas simplemente por apropiaciones individuales de la información cultural, sino por múltiples conocimientos de membresía social que se usan de manera estratégica y reflexiva en la vida cotidiana y en los espacios públicos. Como lo plantea Lahire:

El actor aprende-comprende que lo que se hace y se dice en un contexto dado no se hace ni se dice en tal otro. Este sentido de las situaciones es más o menos “correctamente” incorporado (depende de la variedad de contextos que el actor haya encontrado en su recorrido y de las sanciones –positivas y negativas– más o menos precoces que haya recibido para indicarle los límites, a menudo vagos, que no deben traspasarse) (1998, pp. 55 y 56).

En muchas investigaciones, estas ideas sobre el carácter contextual de las representaciones sociales (o de otros recursos culturales) funcionan como un supuesto, un punto de partida que no está sujeto a discusión, pero en otras desencadenan hipótesis para explicar cómo y cuándo los contextos afectan las representaciones sociales. En el último grupo se encuentran los trabajos de Doise y sus colaboradores (Clémence, 2001; Gaffié, 2004), que han estado muy interesados en estudiar las representaciones como tomas de posición en contextos sociales específicos, y los trabajos de la Escuela de Aix-en-Provence a partir de las revisiones de la teoría del núcleo central y la hipótesis de las zonas mudas. En este trabajo abordaré estas últimas.

La teoría del núcleo central y la hipótesis de las zonas mudas

La teoría del núcleo central plantea que toda representación social está hecha de un código central y un entramado de elementos periféricos. El código o núcleo central es el elemento principal porque define el significado de la representación como un todo (esto es, tiene una función de generación), pero también determina su estructura (esto es, tiene una función de organización) (Abric, 1993). De acuerdo con esta teoría,

la significación depende tanto de factores contingentes –naturaleza y restricciones de la situación, del contexto inmediato, de la finalidad de la situación– y de factores más generales que van más allá de la situación en sí misma; el contexto social e ideológico, el lugar de un individuo en la organización social, la historia del individuo y del grupo, intereses sociales, así como sistemas de valores (Abric, 2001, p. 43).

En la versión original de esta teoría, los elementos centrales son generadores de sentido y, en consecuencia, son indispensables para el funcionamiento y la conservación de la representación; los elementos periféricos serían más individualizados y fluctuantes, o dicho de otra manera, más dependientes del contexto inmediato (Abric, 1993). Esta teoría, sin embargo, está siendo revisada a la luz de nuevas aportaciones teóricas y empíricas. Pascal Moliner (2005), con base en la propuesta de Bataille, ha planteado un cambio profundo en la teorización de la relación entre los elementos periféricos y centrales según el cual, en virtud de que los elementos centrales son polisémicos, la significación les es dada por los elementos periféricos. De manera textual señala:

Dicho de otro modo, serían los elementos periféricos, concretos y contextualizados los que modularían el sentido de los elementos centrales abstractos y simbólicos. Los elementos centrales permitirían a los individuos definir el objeto de la representación a partir de los términos comunes, dando así la ilusión de consenso, pero susceptibles de recibir interpretaciones variadas en función de los contextos y de las experiencias individuales. Por ejemplo, podemos reconocer que el “salario” es determinante para definir la actividad “trabajo”, pero detrás de la palabra “salario” es posible que coloquemos diferentes realidades de acuerdo con nuestra propia experiencia. En resumen, según Bataille, los elementos centrales son receptores de sentido y no generadores, como lo propone Abric (Moliner, 2005, p. 140).

Estas afirmaciones teóricas contrastantes otorgan un peso muy diferente a los aspectos contextuales y de experiencia. Para Abric (1993), el contexto puede producir transformaciones menores o poco relevantes en una representación social, pues no afectaría el núcleo central, mientras que para Moliner (2005) el contexto es el elemento más importante para la significación. Los elementos del núcleo central serían más bien signos compartidos que se asocian a un determinado objeto, los cuales generan una ilusión de consenso, pero son susceptibles de múltiples interpretaciones.

Como se puede observar, la teoría del núcleo central sigue abriendo hipótesis sobre las relaciones entre los elementos centrales y periféricos y el papel del contexto en su significación. Sus hallazgos provienen con frecuencia del uso de cuestionarios que se aplican en estudios cuasiexperimentales. De acuerdo con Vergès (2001), se pueden identificar por lo menos dos tipos de cuestionarios: de caracterización y de puesta en cuestión o de mise en cause. Los de caracterización sirven para identificar los elementos que componen las dimensiones de una representación y cómo éstos se distribuyen en subgrupos sociales. Los cuestionarios de puesta en cuestión se emplean para reconocer los elementos nucleares, organizadores y absolutamente necesarios para la definición del objeto representado que tienen la propiedad de presentarse a partir de múltiples variaciones léxicas. Las preguntas aquí buscan verificar si un ítem forma o no parte del núcleo central, y suelen formularse a partir de una doble negación.

La escuela de Aix-en-Provence ha introducido también otra hipótesis interesante que problematiza la naturaleza pragmática de las representaciones sociales. Esta hipótesis trata sobre las cogniciones que forman parte de una representación, pero que no son expresadas por las personas en condiciones normales de producción de información, pues se podrían poner en duda valores o normas apreciadas dentro de un grupo social. De esta manera, se introduce un nuevo giro en el análisis de la estructura y organización de las representaciones sociales, y algunos autores están investigando cómo en una representación hay elementos visibles y ocultos, o más bien, hablados y mudos, en función de condiciones y contextos de producción de información.

Los elementos ocultos y no hablados constituirían una “zona muda” (zone muette), la cual indica un conjunto organizado de cogniciones que oculta ciertos aspectos dentro de determinadas condiciones, pero que pueden ser exteriorizadas dentro de otras. La hipótesis indica que el enmascaramiento o desenmascaramiento de algunos aspectos depende de lo que está en juego en una situación. Las distintas consignas que se emplean para generar los datos, producen diversas expresiones de una misma representación respecto a objetos socialmente sensibles como los grupos minoritarios (por ejemplo, el islam, los musulmanes o los gitanos) o, incluso, objetos más cotidianos (como el trabajo femenino/masculino) (Deschamps & Guimelli, 2000; Flament, Guimelli & Abric, 2006). Las investigaciones sobre esta hipótesis encuentran que los elementos contranormativos sólo aparecen en un contexto de sustitución, en el que la presión normativa disminuye.

La propuesta de estos investigadores considera las estrategias metodológicas de descontextualización normativa y consignas de sustitución. Se prevé una primera etapa que pretende poner en evidencia la representación social, mientras que la segunda se centra en poner en evidencia las “zonas mudas” y las condiciones que permiten su aparición dentro del discurso de los sujetos. Así, evalúan los elementos de representación que surgen en una condición en la que se les permite hablar en nombre propio y otra condición en que se les pide hablar en nombre de un grupo social más amplio (por ejemplo, los franceses, los jóvenes o los mexicanos en general). De esta manera, se analiza cómo aparecen o desaparecen cogniciones que se asocian a lo socialmente deseable (Deschamps & Guimelli, 2000; Chokier & Moliner, 2006).

Una experiencia de investigación

Más allá de las interesantes investigaciones experimentales que sostienen una revisión de la teoría del núcleo central y valoran la hipótesis de las zonas mudas, otros estudios también constatan la importancia del contexto para la representación social. En una investigación que realicé junto con Rebeca Pérez, obtuvimos evidencia empírica sobre el comportamiento contextual de la representación social (Rodríguez & Pérez, 2007). En dicho estudio nos propusimos analizar las representaciones sociales del amor en jóvenes urbanos (de la ciudad de Zamora, Michoacán, México) y sus expresiones en dos contextos distintos de interacción social:

i) Cartas de amor escritas o recibidas por los jóvenes investigados. Las cartas constituyen un documento personal en el que las representaciones sociales del amor se hacen más o menos explícitas en una esfera de comunicación íntima; no obstante, las cartas de amor, las escritas en papel y en puño y letra se reservan para momentos especiales que rompen la expresión amorosa cotidiana o diaria, como la declaración, el cumpleaños del ser amado, el aniversario, el conflicto o la reconciliación. Los jóvenes escriben estas cartas en tarjetas de ocasión como en hojas de papel (común o especial). Sin embargo, lo hacen en situaciones excepcionales y como un complemento a la comunicación amorosa más cotidiana que se realiza a través de la interacción presencial, el teléfono, el correo electrónico o el chat. Una carta de amor también tiene la ventaja de que fija el mensaje en un papel y se vuelve un objeto para recordar algo o a alguien. La carta de amor es más que un medio para expresar los sentimientos cuando no hay copresencia, es también un medio para fijar algo en la memoria, trascender la fugacidad del habla con la materialidad de lo escrito.

ii) Discusiones grupales. Las discusiones grupales son interacciones propiciadas por el investigador para inducir a los participantes a discurrir sobre un objeto social relevante y producir sentido. El lenguaje dialógico que ahí surge, es una manifestación particular del orden social y, por lo tanto, expresa más allá de las enunciaciones particulares de agentes específicos. Los significados van cambiando tanto en el discurso propio como en el del grupo conforme se desarrolla la discusión (ver Ibañez, 1979).

Los resultados mostraron que en la esfera de la comunicación íntima entre enamorados (las cartas de amor), el amor se representaba mediante creencias propias del romanticismo (el amor es sacrificio; el amor es grandioso, bello; no se puede vivir sin el amor de alguien; el amor es locura) en las que se magnificaba la experiencia amorosa. Sin embargo, en el marco reflexivo de un diálogo grupal, esos componentes hiperbólicos fueron más bien objetos de críticas y creencias alternativas (nadie se muere por amor; las palabras de amor son un asunto estratégico; el amor es intercambio y reciprocidad). Lo que parece sincero y creíble en la esfera expresiva íntima de la pareja de enamorados, llega a parecer increíble, exagerado o cursi en la interacción grupal (Rodríguez & Pérez, 2007).

En el contexto de la comunicación íntima es deseable y estratégico presentarse como enamorado de una manera radical, sin matices, pero en el ámbito de la discusión grupal, manifestarse enamorado de tal modo denota falta de control, cursilería o dependencia. Los jóvenes gestionan sus conocimientos sobre el amor según las circunstancias y los fines que ahí prevalezcan.

Estas observaciones convergen con la idea de que las representaciones sociales operan en forma flexible en sus funciones de guiar la comprensión del mundo y orientar la acción social. En este sentido, las representaciones sociales no son sólo principios de organización susceptibles de múltiples expresiones particulares, sino también de emergencia contextual.

Los resultados sobre las cogniciones sobre el amor que surgen en la comunicación íntima y la discusión grupal en los mismos sujetos investigados, muestran que las personas adaptan sus creencias a las circunstancias. Los jóvenes no se representan el amor de la misma manera y conocen las reglas de lo comunicable y lo incomunicable en cada ámbito de acción. Si las representaciones sociales tienen un comportamiento contextual es porque son estructuras dinámicas, multiformes y sujetas a usos discriminatorios según los contextos de interacción social en que las personas participan.

Conclusiones

Espero haber mostrado, en estas páginas, la importancia del contexto para el desarrollo de la teoría de las representaciones sociales, así como haber convencido al lector de la necesidad de incrementar las investigaciones empíricas que valoren las hibridaciones y los cambios de sentido que se producen respecto a un objeto en distintos contextos de interacción. Sería deseable distinguir entre las representaciones, o los contenidos específicos de una representación que adquieren sentidos diversos en determinados contextos, y aquellos que mantienen cierta estabilidad intercontextual, aunque estando atentos no sólo a los signos, sino, sobre todo, a los significados.

Para cumplir este propósito, hemos visto tres formas diferentes de atender metodológicamente el carácter contextual de las representaciones sociales desde las perspectivas cuantitativa y cualitativa. La primera de ellas es la propuesta de Pascal Moliner para evaluar la posibilidad de que el significado provenga de los elementos periféricos más que de los centrales, como plantea la teoría del núcleo central desde sus orígenes. Este autor propone estudiar las representaciones a través del método de mise en cause (puesta en cuestión), lo que implica utilizar en una primera instancia un cuestionario de caracterización de la representación social del objeto investigado, y luego incluir un instrumento que pone en cuestión determinados elementos identificados con el propósito de valorar su carácter central o nuclear.

La segunda forma es la formulada por los investigadores que están evaluando la hipótesis de las zonas mudas, que consiste en estudiar las representaciones sociales a partir de consignas de sustitución, esto es, pidiéndoles a los sujetos de investigación que expresen sus ideas en nombre propio y, a su vez, en nombre de un grupo o colectivo más amplio.

La tercera proviene de una experiencia de investigación cualitativa propia, que propone atender no sólo los signos, sino, prioritariamente, los significados, así como estudiar las representaciones sociales en más de un contexto de expresión o interacción social. Esto supone evaluar cómo los mismos miembros de un grupo social evocan ciertos contenidos representacionales en un contexto particular y qué tanto estos contenidos pueden ser distintos cuando se encuentran en otro escenario. De lo que se trata es de mostrar las convergencias y diferencias entre los elementos de una representación social en los mismos participantes de un grupo social en diversos escenarios.

Para pasar de los supuestos generales a las hipótesis particulares, es importante que las investigaciones empíricas se propongan evaluar cómo dos o más contextos de interacción social afectan la elaboración, enunciación o uso de ciertos componentes de la representación social o, en su caso, la emergencia de una representación en lugar de otra. Este reto empírico consiste en valorar los modos en que partes de una representación social, o incluso representaciones sociales en competencia, se intercambian en función de contextos específicos de interacción o metas particulares de acción. Esto implicará estar atentos, metodológicamente hablando, a los escenarios sociales en que se movilizan o pueden movilizarse las representaciones del objeto que se investiga. Éste es un primer paso para otorgar relevancia a la implicación (para Rouquette, la implicación resulta de la combinación de tres dimensiones: la valorización del objeto, la identificación [el sujeto se siente más o menos implicado por el tema] y la posibilidad de acción que se percibe [citado en Gaffié, 2005, p. 9]) de los actores sociales dentro de un contexto social específico y a las relaciones intergrupales relevantes (Gaffié, 2005). Esto es fundamental porque las representaciones sociales suponen significados compartidos sobre un objeto, pero también conocimientos sobre quiénes los comparten y quiénes no, o en cuáles situaciones funcionan y en cuáles no.

Los conocimientos de sentido común que articulan una representación social comprenden no sólo significados acerca de un objeto determinado, sino también de su uso en situaciones sociales específicas, de quiénes la usan y con qué otras representaciones están asociadas. La práctica cultural de dar cuenta de la acción consiste en apelar a una representación particular compartida que resulta conveniente en una situación específica.

Las representaciones configuran conocimientos prototípicos de aquellos aspectos de experiencia en que son útiles, se pueden usar estratégicamente para evitar sanciones o ganar alguna clase de reconocimiento social. Como lo plantea el propio Moscovici: “Lejos de meramente almacenar ideas o sistematizar hechos, son herramientas mentales que operan en la experiencia, modelando el contexto en que el fenómeno está articulado. Quizás esto explica por qué diferentes clases de conocimientos y representaciones pueden coexistir” (1998, p. 253).

Todas estas ideas, hipótesis y evidencias empíricas sobre el carácter contextual de las representaciones convergen en una visión de la cultura que reconoce las contradicciones, ambigüedades y cambios en los significados cotidianos y que postulan una visión de los actores sociales capaces de negociar y cuestionar los conocimientos que circulan en un espacio cultural amplio. Como señalan Markus & Plaut (2001), la teoría de las representaciones sociales proporciona un conjunto de respuestas sobre cómo el conocimiento social llega al pensamiento cotidiano y delimita el sentido común. Se trata de una teoría que trasciende la visión de la cultura como estática o unitaria, y tiene que ver con la diversidad de significados y prácticas que surgen dentro de comunidades con diversas interfases, conexiones y relaciones intergrupales. Sin embargo, es importante no perder de vista que la representación no es sólo un producto de los contextos de acción, también guía la acción, determina la elección de objetivos y de los medios, coadyuva en la construcción del contexto de interacción y dirige el contenido del discurso (De Rosa, 2001). Por esta razón, el reconocimiento del carácter contextual de las representaciones sociales no debe llevarnos a la conclusión de que el pensamiento de sentido común es tan dinámico y cambiante que sería imposible encontrar contenidos representacionales más permanentes, fundacionales o canónicos. Más bien habría que pensar que los elementos de las representaciones sociales que tienen un carácter contextual interactúan con elementos más estables.

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1 Este trabajo es una versión ampliada de la ponencia “Del carácter contextual de las representaciones sociales” preparada para la V Jornada Internacional e III Conferência Brasileira sobre Representacições Sociais.